viernes, septiembre 26

Te echo de menos





Acabo de leer un texto de una de las personas con las que comparto mi vida diariamente. Nos conocemos desde... ufff. Mi memoria es mala y el tiempo no perdona, se sucede demasiado rápido. Volviendo al texto diré que me ha sorprendido. No por lo qué dice, porque compartimos muchas horas en el trabajo y a estas alturas ya conocemos muchas cosas la una de la otra, sino por cómo lo cuenta. Me ha emocionado; apenas podía controlar las lágrimas que no quería dejar salir. No estaba sola y para llorar necesitas estar sola, completamente sola. Al menos, no entre gente que no comprendería por qué lloro. ¿Cómo entenderían qué me interesa más una historia de amor pura que unos apuntes contables en un ordenador que se relentiza al ritmo de mis pulsaciones? Ellos desconocen ese tipo de historias, no desde el punto que yo la conozco. Una historia más, para muchos; para mí una gran historia, porque querer un poquito a esa persona te hace sentir parte de sus historias. Y ésta le cambió su vida. Y también, en cierto modo la mía, y la de otras personas que se preocupan por ella tanto como yo. Vidas ajenas de quienes estamos cerca de ella.

Me he puesto en su lugar al leer lo que decía; cuesta mucho, es duro. Se vió obligada a despedirse de su pareja cuando aún no estaba preparada para hacerlo, cuando todavía le quedaban cosas por decirle o vivir junto a él. Fue rápido aquel momento que no nombra y deja escapar con puntos suspensivos. La muerte le llegó sin avisar, sin darle tiempo a recoger algunas cosas que hubiera deseado llevarse en ese viaje sin retorno o que ella le hubiera preparado sin querer hacerlo, pero con la voluntad de quién todo lo da por amor, sin ese egoismo al que, a veces, nos agarramos. Al menos, tuvo la suerte de besarle, de escuchar que la quería antes de abandonarla para siempre. Pero incluso esa suerte, resulta odiosa y va cargada de dolor, y se vuelve contra la propia vida.

Esa noche, esa hora, ese lugar, ¿cómo lo va a olvidar? La ropa que llevaba, el anillo que se arrancó del dedo, la cama donde dormía, las paredes que formaban su mundo. Cómo aprender a caminar, de nuevo.

Hoy ha dado un paso. Tambaleante sí, sin demasiadas fuerzas en sus piernas; pero ha conseguido no mirar atrás para no perder el equilibrio. Ha vencido su miedo a no querer contar, a no mostrar sus sentimientos, a desnudarse ante si misma. Hoy ha rellenado un hueco, de otros tantos que le quedan por rellenar; ha escrito con llanto muchas palabras que tenía ya secas. Hoy me ha dado una lección de supervivencia y de superación -ella sabe bastante de eso- que no puedo evitar dejar los dedos quietos sin expresar lo que me ha hecho sentir. Y es que quienes escribimos sentimos mucho al hacerlo, no sé si más que cuando leemos algo tan intimo y emotivo.

miércoles, septiembre 24

Sabores

Me gusta el sabor de su boca. Él duerme mientras yo le miro. La carcoma trabaja desde hace horas, sin descanso, en su ascenso por la pata de la cama. Huele a tierra mojada. Sus labios se entreabren y yo me hundo, aún más en el almohadón, buscando su lengua. Sabor a menta, sabor a chicle masticado. Sabor a sueños. Hacerme el amor le dejó sin fuerzas. Mueve los brazos dormido y me atrapa antes de que pueda huir. Su respiración juega al escondite con mis ojos. Me escondo. El sabor de su aire amarga en mi piel. Su pelo lo enredo con mis dedos, me sabe a regaliz. Sabor dulce mezclado con menta; sueños liados con horas sin dormir. De vez en cuando, la luz de la tormenta se cuela por la ventana. Huele a hierba mojada. Me acerco a su boca y le robo un beso. Un beso sin pasión, un beso muerto, sin vida. Me gusta verle dormir. Se mueve; nota mi peso sobre él. Sin abrir los ojos me aparta. Sabor a sangre. Restos de su piel en mis manos. Me queda su espalda para el resto de la noche. Huele a alquitrán. Aprieto los ojos para que no se despeguen. Cuando él despierte me habré ido; me llevaré el sabor de su boca, poco más.

jueves, septiembre 18

Mi no cumpleaños

He decidido cambiar la fecha de mi cumpleaños. Es algo que siempre he deseado hacer y nunca he hecho, o bien por pereza o por no dar disgusto a mi madre que siempre está lamentándose por algo. Sé que cuando se lo diga a todos -osea a quienes todavía se acuerdan de felicitarme en ese día-, ella será la más afectada. No comprenderá mi manía por llevar la contra siempre, pero cómo le explico que también podríamos celebrar un cumplemes o un cumpledías o por qué no, un cumplehoras o un cumpleminutos.
No recuerdo el día en el cual nací; sin embargo, tengo el calendario parcheado de días que por alguna extraña razón son especiales para mí. El 8 de agosto nunca lo marco, nunca lo miro; procuro que pase desapercibido, que se pegue a la hoja del día anterior y falte un día de ese mes. Pero no, no sucede lo que yo deseo y he de soportar las felicitaciones en un día que para mí pasa sin pena ni gloria, o con más pena que gloria.
Mañana pensaré qué día celebro mi no cumpleaños. Me vale con un día cualquiera, un mes indeterminado. Habrá de ser distinto, incluso podría no figurar en el calendario -un 32 de enero o un 45 de abril-. Me gusta la idea de perder días o descontar los años que ya he contado. Y lo más importante, podré saborear una tarta de agua, cerca de unos labios mojados; no faltará nadie, no echaré en falta a los que no llegaron.