sábado, mayo 24

Desvelo a deshoras

Me desperté sin saber cómo -un ruido, calor, un mal sueño- pero con mala leche. Ocurre muy pocas veces, aunque siempre es el mismo motivo: haber dormido en exceso la tarde anterior. Podía leer o darle vueltas al relato que leí el viernes. Me dije que no sería buena idea ninguna de las dos cosas. Pero, sin saber tampoco cómo, acabé en la segunda opción y con tanta mala leche, o aún más, que cuando me había despertado.
El relato no fue bueno, creo que no gustó, incluso pecó de aburrido. Eso se nota, se presiente antes de leerlo, incluso se intuye cuando lo estas empezando a escribir o despues de escrito y descuartizado en mil pedazos. Porque el escritor no solo escribe, sino también se mancha las manos de sangre como el carnicero. Las mías están llenas de cortes por no ser certero sobre el tajo.
Las ideas repetitivas, fruto del insomnio a media noche, me inquietan, me hacen sudar. No resuelven mis conflictos aunque a veces consigan alguna formula para salir del paso. Lo cierto, es que vuelvo a no saber cómo y acabo frente al ordenador -como ahora hago- logrando relajarme; consigo poner en orden las ideas confusas y las que se han desmadrado. No es que se me de bien organizarlas, no. Ni mucho menos. Ellas son más listas que yo y se reubican, vuelven a ocupar su lugar en el puzzle. Y a medida que aporreo las letras en el teclado, escribiendo palabras que salen solas, yo diría que al azar, los parpados van cediendo y noto que el sueño regresa, que la paz interior aflojan los dedos.
Hace un rato que ha amanecido. No hay sol porque una fina lluvia se encarga de retocar a un domingo que parece venir cargado de melancolía primaveral. Acabo de saborear mi cola cao cargado de azucar mientras trato de dar fin a estos desechos de desvelos. Creo que va siendo hora de volver a la cama y desperezarme cuando el olor a comida se cuele por la ventana.

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